Creo que siempre me vi a mí misma como uno de esos muebles con cajoncitos. En mi afán de ordenar -aunque sea un poco- el caos que puedo ser, tengo una obsesión clasificadora que, en general, es bastante inútil: distingue tantos detalles que, finalmente, la cantidad de subgrupos en la que divido es bastante parecida a la cantidad de elementos que debería reacomodar en esos grupos.
Creo que, de algún modo, maduro/crezco/evoluciono un poco cuando logro unificar cosas que en un principio siento como necesariamente separables.
Para empezar por el principio, yo me siento un poco como una persona hecha de muchas personas: Lila mamá, Lila amiga, Lila payasa, Lila cantante, Lila jardinera, Lila cocinera, Lila un poco escritora, Lila reflexiva, Lila hermana, Lila hija, Lila rata de biblioteca, Lila viajera... Muchas Lilas. Demasiadas, a veces... Supongo que le pasa a mucha gente. Pero la cosa es que, en mi caso, parece que todas esas yoes necesitaron o necesitan espacios de expresión distintos. Es así como terminé teniendo: 2 blogs para la payasa (bertigo y clauneando), 1 de cuando escribía bajo la guía de la megagrosa Vale Iglesias (presioname la escritura), 1 para cuando me quedé embarazada (embarazadisima), 1 para Juana (que es sólo para ella), otro para mi hermana (idem) y algún otro que borré...
Mucho. Demasiado. Y totalmente inabarcable. Porque, ese es el otro problemita de mis eternas clasificaciones: me queda todo tan disperso que es muy difícil abrazar todas las porciones.
Cuestión que, así como en algún momento de la unión de Berta y Ute nació Una, hoy me aboco a meter acá, en este lugar, todo lo que quiera ir mostrando de mi por este medio intergaláctico.
No puedo jurar que no me vaya a agarrar un ataque etiquetador para cada posteo. Pero lo bueno de las etiquetas de estos sitios es que se pueden varias al mismo tiempo.
Eso, siempre me salvó. Celebrar la diversidad.
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