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  • Lila Monti

MI AMIGA, LORENA VEGA.

Estaba empezando a escribir esto, que va a ser un texto acerca de lo que me pasó viendo “Imprenteros”, de mi amiga Lore Vega, y casi escribo: “mi hermana, Lore Vega”. No es un fallido menor de mi inconsciente. Más allá de mi historia personal con Lore y de lo cerca que me siento de ella, creo que fue su obra lo que hizo que en mi cerebro saltara la matrix por un segundo.

“Imprenteros” te hace sentir parte de la familia Vega. Es una maravilla. Una combinación perfecta entre intimidad, despersonalización, humor (finísimo, marca Vega 100%) y emoción. Tengo que decir que esa combinación es algo que, quienes tenemos el placer de haber compartido vida con Lore, es casi como su marca personal. La forma seca en la que la morocha dice las cosas más graciosas o más emotivas, su capacidad de síntesis envidiable, su poder de decir algo que sabe que nos hará reír sin caer en las tentaciones del subraye –y justamente gracias a eso, provocarnos carcajadas aún más abiertas-, nos ha hecho reír (y llorar) a muches, muchas veces.

“Imprenteros” cuenta la historia de los hermanos Vega y su papá. Y, aunque parezca una frase hecha, también cuenta la historia de muchas personas y sus papás. Entonces, ante la reciente muerte del mío, todo esto que cuento que la obra puede producir, tiene que saberse amplificado. A flor de piel.

Yo, literalmente, no quería irme del teatro. Quería abrazar a Sergio y que fuéramos a comer una pizza con Kyle y Juana, y charlar de offsets y de lo bien que actúa, y de cuáles eran los salamines del conurbano que más le gustaban. Decirle a Fede que sí contaba como gráfico para la obra y que me hubiera encantado verlo actuar en vivo. Quería que nos fuéramos a una quinta a festejar el día de la madre, con Lore y Dante, y que Dante y Juana se hagan mejores amigos. Quería ir a decirle a Yeny que hacía verdaderamente MUCHO, mucho tiempo, que no me reía tanto como con su performance en el video de 15. Y que gracias por haber traído al mundo a alguien como SorayaPrendemeLaHornalla. Y sentía una felicidad muy parecida a la del día del casamiento de Lore. Esa mezcla de ganas de dar abrazos, dolor de pómulos de reírse y pena de saber que, en algún momento, habrá que volver a casa.

Y cuando volví, me pasó que, como cuando era chica y le contaba a todo el mundo mis capítulos preferidos de "Juana y sus hermanas", aunque no quiero espoilear la obra, me resulta imposible no contarla. No imitar a Lore en algunos momentos. No volver a reírme con algunos de los rulos del texto. No emocionarme de nuevo con los momentos hondos, repletos de esa contradicción amor/odio que yo puedo comprender tan bien.

Lorena Vega es una gran actriz, eso ya lo sabíamos todes. Pero en esta obra hizo algo distinto. Desde su lugar de motor creador (y qué bestia de motor), escribiendo y dirigiendo, hizo algo fundamental e increíble. Una alquimia para mí muy poco usual en el teatro, últimamente. Algo que yo siento que tiene que ver con el amor. Y la risa. Lore volvió amor y risa una tragedia reciente, casi actual. Sin negar esa tragedia. Sin manipularla. Sin faltarle ni un milímetro el respeto. Dio vuelta como un guante la historia personal y la volvió visible, y disfrutable, y risible, y llorable para las más de cien personas que estábamos un domingo de la madre, a las 11.30 de la mañana, en la Sala 25 de Mayo.

Cuando salimos, Juana me preguntó: “¿todo eso pasó de verdad, mamá?”. Y yo sentí una vez más, que que la vida tenga o no el mejor libreto posible depende –muchas veces- de cómo nosotres elijamos leerla y transitarla. Atravesades por el amor, claro. Por lo infinitamente vulnerables y poderoses que somos. Y habilitando siempre ese bicho imprescindible de la risa, sin el que nada es bello, sin el que nada brilla.

“Imprenteros” es, entonces, una obra fundamental. No ir a verla es una locura.

Todos los jueves, a las 21, en Timbre 4.



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